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Mis ciudades

London town again

Preparar un viaje con más de 4 meses de antelación tiene sus riesgos, porque nunca puedes prever lo que te va a pasar cuando pisas un lugar. Laura y yo decidimos, gracias a un regalo de nuestros padres, viajar de nuevo a Inglaterra para terminar de ver lo que nos quedaba de Londres y descubrir el sur de la isla: Canterbury, Bath... Pero la realidad es que, como decía hace no demasiado, cualquier plan es inútil cuando Londres está por medio. 

Londres es una ciudad con una personalidad tan definida que acabas por cogerle aprecio como a una persona. Leí hace poco a un autor que decía que la neblina y la calima que hay en Londres casi constantemente te empapa el alma y te ensucia el pelo a partes iguales. Y no le faltaba razón. Caminar por Bloomsbury hasta Oxford Street, que nieve en Portobello Road y que veas a los supuestos anticuarios recogiendo sus pertenencias sin ninguna prisa, que el viento salvaje haga que Tower bridge se queje doliente, ver una pista de tenis en las praderas de la Torre de Londres, entrar a ver un debate en la Cámara de los comunes, caminar por la City desde Holborn, pasar por Fleet Street sin ver ni periodistas ni barberos, entrar en Kensington Gardens y ver cómo brilla el Royal Albert Hall... Todo eso es Londres. 

Sumando todas mis visitas, ya he estado en la ciudad cerca de un mes. Y me sabe a poco.

Historias de Londres, historias de Nueva York, historias de Madrid

Historias de Londres, historias de Nueva York, historias de Madrid Llevo casi una semana en cama, con una pandilla de bacterias anidando entre mis amígdalas (decían que sirven para evitar infecciones en la garganta... pero si las tienes en las amígdalas... supongo que dios se dio un respiro cuando hizo las amígdalas, o se las dejó al becario o algo así) y no: no he aprovechado el tiempo para nada. Ni he leído una sola página de un libro, ni una viñeta de un comic, ni he escuchado un solo acorde, ni he escrito nada. Sólo he estado acostado, sudando, jodido, sin poder tragar ni saliva y lleno de dolores, temblores y pastillazos. Lo bueno para este post es que, justo antes de estar tan jodido, acabé dos libros de uno de mis ídolos periodísticos de nuestro país. Enric González, corresponsal de El País en Roma, antes en Nueva York y antes en Londres, ha escrito dos pequeñas joyas, de esas que son tan complicadas de encontrar.  Dos libros de viaje sobre sus ciudades de referencia tanto a nivel profesional como a nivel personal, que es lo que realmente importa. Londres aparece en el libro de González como una ciudad alejada de clichés, sin ataduras formales ni concesiones al vaivén político: una ciudad libre, en la que puedes encontrar un monumento a los perdedores a tan sólo una milla de los clubes de caballeros más exclusivos del planeta, donde preguntas si te sirven un oporto de 1847 y te preguntan si realmente lo quieres portugués o lo prefieres de más al sur... Curiosidades, historias y deliciosas pastas de té mojadas en el Serpertine de Hyde Park. 
El libro que dedica a Nueva York, por su parte, está más dedicado a la memoria de sus días allí. Comenta que es una ciudad para la que tienes que estar preparado, porque de tan conocida que parece, confiere una sensación tan enorme de soledad que podría destrozar al hombre más acompañado del mundo. Hace que tus recuerdos te pesen en los hombros como cagadas de paloma. 
Cuando El País decida relegarle de su corresponsalía en Londres completará el triunvirato de las ciudades que más he visitado en mi vida. Dos veces cada una, excepto Londres, tres. Vaya, cuatro, cuando vuelva en Semana Santa con Laura y unos amigos. Roma será una parada obligada en breve, estoy seguro, cuando los tipos de interés y el euribor nos den un respiro. De Nueva York ya me despedí en su día. Y no me arrepiento. 

Cómo me gusta el otoño

Cómo me gusta el otoño Me flipan estos días como hoy con sol pero sin hacer calor. Con los rayos de luz entre los árboles. Impresionante. Me anima y me levanta el espíritu. Y además Madrid es acojonante.

De vuelta

De vuelta

Me ha atrapado el síndrome post vacacional de una manera traumática... En fin, que ya estoy de vuelta, ya estoy en la oficina de nuevo y como cada septiembre me propongo reconquistar esas metas que se me van olvidando con el paso del tiempo y con el peso de la rutina y que no dejan de ser menos importantes por ser menos urgentes.

Este ha sido un verano un tanto especial. El primero con un trabajo estable, el último en el que me he ido de vacaciones 'familiares' como tal, aunque espero que sea una tradición que se perpetúe. Mis vacaciones han sido completas y me han servido para muchas cosas. He descansado con Laura en un auténtico oasis y he recuperado mi amor por el campo en Escocia con mi padre y mi hermano. Las vacaciones con Laura me relajaron, me sirvieron para que el ceño fruncido de todo el resto del año bajara y recordase lo que es la vida sin estar enfadado todo el tiempo. Y Escocia es un país impresionante. Todos los tópicos que cuentan de las Highlands se quedan cortos, Edimburgo es precioso, y ver un castillo en medio de un lago se escapa a cualquier sueño. Maravilloso.

Y ahora, Ronaldo, Raúl y Beckham...

London town

London town

¿Os gusta Ella Fitzgerald?  Digamos que la historia de las cantantes de jazz podría dividirse en dos momentos perfectamente diferenciables: Ella Fitzgerald y el resto. Su talento, su pegada, su forma de mirar mientras cogía el micro... Como tantas otras grandes damas negras de la canción americana nació pobre (mérito extra: negra, pobre y sin estudios en los años 20), y fue en Harlem, NYC, donde empezó a labrarse un futuro en la música. Bueno, una de las más grandes, una de las que más admiro, y una señora que cantó como nadie lo que suponía un día en Londres. ’A foggy day’ no es, ni mucho menos, su canción más conocida, pero después de haber vuelto de la ciudad del Imperio, la escuché y recordé todos los momentos que viví allí; y ahora mejor acompañado que nunca.

 

I was a stranger in the city
Out of town were the people I knew
I had that feeling of self-pity
What to do, what to do, what to do
The outlook was decidedly blue

But as I walked through the foggy streets alone
It turned out to be the luckiest day I’ve known

A foggy day, in london town
Had me low, had me down
I viewed the morning, with much alarm
British museum, had lost it’s charm

How long I wondered,
Could this thing last
But the age of miracles, hadn’t past
For suddenly, I saw you there
And through foggy london town,
The sun was shining everywhere

For suddenly, I saw you there
And through foggy london town,
The sun was shining everywhere

Everywhere

Más Madrid

Más Madrid Cuando uno vive en Madrid se cree que lo conoce todo de su ciudad. Se cree que prácticamente nada puede sorprenderle, porque lo que le da a Madrid la vida es la gente que la habita. Hay lugares que tienen una personalidad propia, pero Madrid la ha conseguido al cabo de robarle los sueños a sus transeúntes olvidados. Uno camina por las viejas calles simuladamente anodinas y va viendo lo de toda su vida. Incluso lo autóctono, lo que podía haber dado a Madrid esa especie de halo de costumbrismo, está viciado y parece más turístico que castizo. Pero si algo tiene Madrid es que consigue, de una forma casi mágica, que lo de fuera se entremezcle con las piedras, con el suelo, con el asfalto de la carretera, con las boinas, con los organillos y con los trajes de chulapo. Y de esa manera, siendo consciente de ese sortilegio geográfico me dirigí a la Plaza Mayor en busca de la música. Según iba llegando al Arco de Cuchilleros, por la calle de la Alineación y la Plaza de los Herrajes, donde antaño se dotaba a los burros de zapatos, las baldosas del suelo iban cambiando su color. Las paredes centenarias iban moviéndose y las calles enteras iban llenándose de ritmo. Al llegar a La Plaza Mayor me di cuenta de la realidad. Un enorme grupo de zíngaros había tomado la capital y bailaba al son de músicas extrañas. Tres mujeres cantaban encima de un escenario y un hombre enorme golpeaba con unos mazos un bombo poniendo ritmo a los pies de la muchedumbre que se movía hipnótica al son del rumor. Multitud de destellos metálicos amarillos chisporroteaban desde las trompetas de otros tipos que se encontraban al final del escenario. Y todo era festivo, pero triste a la vez...

Intro

Intro He tenido la suerte de poder viajar mucho gracias a mis padres. Es uno de los mayores regalos que he recibido en mi juventud. Gracias a ellos he podido conocer media Europa, España casi entera, Estados Unidos, ... Siempre con aventuras y desventuras. Cuando llegué a la universidad, no por nada en especial (no os imaginéis un cambio de mentalidad asociado a le entrada en la carrera ni nada que se le parezca...) empecé a imaginarme una vida en otras muchas ciudades. Me veía viviendo en muchos sitios. En el Trastevere de Roma, enfrente del Madison Square Garden de Nueva York, en un ático en Montmartre, en un estudio en la Plaza del Comercio en Lisboa o en uno de esos pisos bajos en Covent Garden, o ... Demasiada imaginación. Pero mi ciudad es Madrid, por muchos motivos. Por su ajetreo, por su vida interior. Porque es la ciudad que los madrileños menos conocemos, porque es amplia, cruel y acogedora, llena de misterios, moderna pero anclada en el pasado. Llena de esquinas con letras de canciones esperándote, con miles de callejones con las tapas de tus libros soñados rezando para que los abras. Una ciudad demasiado mágica como para empeñarte en buscar otras. Y aún así, una ciudad que se empeña en decirte en voz baja que que encuentres otra.
Por eso es inigualable, inimitable e inevitable.