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unlugardondearder

Las mesas de oficina siempre despertaron mi curiosidad. A fin de cuentas, uno pasa más tiempo en la mesa de su trabajo que en su casa. De esta manera, supongo, que uno puede conocer a alguien casi de la misma manera sabiendo cómo es su mesa diaria que el salón de su casa.

En mi mesa tengo muchas cosas. Unos 20 discos a mano izquierda, de entre los que destaco dos recopilaciones de Mojo, otras dos de Uncut, un Grandes éxitos de Hank Williams, el Harvest de Neil Young, el último de Pernice Brothers, el recopilatorio de El Inquilino Comunista y lo que ha sacado Dylan esta semana, que me mandaron ayer. A mano derecha, los discos que no me gustan pero que tengo que escuchar: desde un homenaje a Noel Nicola hasta la música del musical del Dúo Dinámico... un poco de todo.

Detrás del cubilete de lapiceros tengo una foto en la que río junto a Laura con la catedral de Nôtre Damme detrás. A orillas del Sena uno siempre tiene motivos para sonreir. Un minidisc con un micro, un par de pendrives, mis gafas y una veintena de libros completan mi pequeño espacio laboro-vital. Los libros, a pachas entre los que tengo que leer y los que debo leer. El último de Sánchez Dragó, al que entrevisté esta semana, Exégesis de lugares comunes, de León Bloy, el Libro de réquiems, de Wiesenthal, el último libro de Philip Roth, Everyman (un coñazo, por cierto) y alguno más. Y en medio de todo aquel girigay, yo.

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